En estos días de finales de febrero, si miramos al cielo, podemos tener la suerte de ver (además oír) miles de grullas en su vuelo migratorio por encima de nuestras montañas, en su paso por el Pirineo hacia el norte de Europa. Su partida marca el final del invierno.
En Europa, las grullas utilizan tres rutas migratorias. La oriental sale desde Etiopía y Egipto y, tras atravesar Turquía, llega hasta Rusia. La central nace en el norte de África y atraviesa Italia para llegar hasta Polonia. Y la occidental, desde Andalucía y Extremadura llega hasta las zonas pantanosas de Alemania, Finlandia, Suecia o Noruega. Cerca de medio millón de grullas utilizan una de las tres rutas migratorias cada año.
Para realizar el viaje de más de 4 mil kilómetros de distancia necesitan varias semanas y superan diversas zonas montañosas. Una de ellas, nuestra cordillera. Si las condiciones climáticas no son favorables, las grullas descansaran al sur del Pirineo durante días. Sin duda, un momento único para observarlas.
Es un ave gruiforme de la familia Gridae. Su envergadura con las alas abiertas supera los dos metros y es una de las más grandes del continente. En el mundo existen hasta 15 especies de grullas, pero en Europa solo podemos encontrar dos, la común y la grulla damisela (grus virgo), casi inexistente.
Se alimenta de raíces, tallos, frutos y semillas. También de insectos, lombrices y caracoles. Es una especie monógama, con una misma pareja para toda la vida. Durante el cortejo realizan una curiosa danza formada por particulares movimientos imitados en bailes tradicionales de diversos países del mundo.
Los dormideros, debido a la naturaleza gregaria de las grullas, pueden reunir decenas de miles de ejemplares. Si además sumamos su característico canto, que puede oírse a varios kilómetros de distancia, deducimos que no resultan difíciles de encontrar.