Desde el siglo XIV hasta el siglo XVII, hay una progresión creciente en los procesos por brujería en toda la península. En el Valle de Tena hay constancia de varios testimonios de caza de brujas ya en el siglo XV, siempre contra mujeres bearnesas, cuya fama de hechiceras venía de lejos.
A principios del siglo XVI, una epidemia de brujería asoló el valle, que se defendió de ella dictando un feroz Estatuto de Desaforamiento en 1525. Varias presuntas brujas fueron sentenciadas en virtud del Estatuto. Uno de los casos más terribles fue el de Maria Sorrosal, de familia hidalga (nobleza no titulada), y mujer del infantón Juan Martón, a quien ni su estado de preñez ni su elevado rango social salvaron del ajusticiamiento.
Pero el más espeluznante de los casos de brujería se da en el Valle de Tena – con especial gravedad en Tramacastilla y Sandiniés- entre 1637 y 1642, en que una posesión demoníaca afectó a 72 mujeres. Este suceso, uno de los más notables de Europa, aparece en las crónicas de varios eruditos, inquisidores o teólogos de la época, algunos de cuyos testimonios son impagables. El gran encausado fue Pedro de Arruebo, labrador y ganadero, señor de la pardina de La Artosa. Persona instruida, poseía libros prohibidos en varias lenguas y conocía el francés. Rico, atractivo, mujeriego, inteligente, caprichoso y violento, se le acuso de endemoniar a más de 1.600 personas y sufrió tres procesos, junto a sus complices Miguel Guillén y Juan de Larrat. Fue condenado a galeras, de donde dicen escapó sin saberse como y volvió a La Artosa a seguir endemoniando a las gentes del Valle. Todas las mozas pellizcadas o cogidas por el brazo o la mano izquierda quedaban endemoniadas.
Las que habían mantenido relaciones sexuales con Arruebo o sus cómplices, tenían tremendos dolores y vomitos, perdían el apetito y el habla y enfermaban. Incluso el rector de Sandiniés asistió aterrorizado al embrujamiento de su mula, que hubo de ser exconjurada. Fary Luis de la Concepción (exorcita de la Inquisición) relata, en Práctica de Conjurar, comó, durante el exorcismo en la iglesia de Tramacastilla, 200 mujeres fueron levantadas girando en el aire hasta la misma bóveda de la iglesia.
En 1640, ante la gravedad de la situación y las reiteradas peticiones de ayuda, Felipe IV envío a Tramacastilla al Inquisidor General del Reino, que hizo el viaje a regañadientes y muy a su pesar. Parece que barruntaba su destino, ya que al poco tiempo de llegar a Tramacastilla murió, cuentan las crónicas que a causa de un maleficio.
En medio de estos sucesos, los tensinos abandonaron sus haciendas, unos por estar poseídos y otros por cuidar de aquellos.
Si añadimos la gran peste que diezmó la población entre 1653 y 1654, vemos al Valle de Tena sumido en una gran crisis: abandono de tierras y ganados, paralización del comercio, alza de los precios, hambre y miseria.